jueves, 7 de enero de 2016

Prisionera del tiempo

Llevo meses intentando hablar con ella, vernos, quedar, ponernos al día. Sé que no puedo culpar a ninguna de las dos, pues la incompatibilidad de horarios es algo que siempre ha ido en nuestra contra. Y es que las horas, el tiempo, cura pero también mata. Que me lleve la contraria todo aquél que quiera, pero tengo, tenemos claro que el tiempo mata más que la distancia.

La distancia es esa gran enemiga entre dos personas que quieren verse, pero solo y simplemente entre ellas. El tiempo... El tiempo también va menguando los "tengo ganas de verte", y así mismo hace con las intenciones, fuerzas, emociones e ilusiones propias. Y ya solamente por eso, es el asesino por excelencia, en serie. Sí, en serie, porque la mata a ella y a todo aquél que no consigue estar ahí a tiempo.

Se da cuenta, aunque no crea que la culpa tenga que recaer en nadie en concreto, de que el tiempo la está vaciando al ritmo de un reloj de arena que acaba de darse la vuelta, a la misma velocidad que aquel tren que parte un minuto antes de lo esperado, dejando atrás a todo aquel que creía ir con el tiempo justo y necesario para subirse en él.

Entonces, ¿no será que le da demasiada importancia al tiempo en sí? ¿Es que tiene que estar siempre pendiente de una medida relativa impuesta por una sociedad que parece ir a contrarreloj?

Siente sus manos atadas a unas manecillas que la empujan en dirección contraria a aquello que anhela. Y por eso piensa utilizar sus piernas para salir corriendo detrás de ello, no para adelantarlo, sino para quedarse caminando, paseando a su lado.

Una pequeña mentirosa

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