domingo, 14 de febrero de 2016

Café americano o...

Hay historias que suceden para ser contadas, y otras que, aún sin haber sucedido, merecen ser contadas de todas formas. 

Fue un día cualquiera, de un mes cualquiera, en una ciudad cualquiera. Pero con Sol y ella sin gafas -situación complicada cuando era su primer día de vacaciones, ergo, del día anterior tenía sólo vagos recuerdos. 
Puede que se abrigara demasiado para salir, pues claramente no era un típico día de ese mes cualquiera, pero agradecía el pañuelo cuando en las esquinas el viento decidía arremolinarse. 
Llegó pronto, extremadamente pronto, pero su cuaderno, que llevaba cerrado  mucho tiempo, disfrutó de esos minutos de más sentada en la boca del metro.

Hablaron de la universidad, de lo que hacen y dejan de hacer, del día anterior y del siguiente. 
Y cómo no, tenía que ser así, pues toda buena historia -y quién diga lo contrario no está en su sano juicio- empieza con un café. 
Y de fiestas y salidas, y de planes realizados y por realizar, de bebidas -y café-, de sueños que soñaban dormidos y despiertos, de comida, mucha comida -y café-, de mil y una (o ciento y la madre, depende de lo finos que os sintáis hoy) banalidades que entre líneas dejaban ver algo más que la simple banalidad en sí misma -y café.

El café... fue gracioso porque no habían pasado más de dos días desde que lo comentaba con una compañera suya: 
"La gente que pide café americano... ¡No les gusta el café! Es agua con posos, ¡que pidan un té, un refresco, lo que sea, pero que no cometan semejante barbarie!"
- Buenas tardes, ¿qué os pongo?
- Un café largo, por favor.
- ¿Americano?
- Sí, gracias.
("¿Sí, gracias?" Por favor... ¡Pero si le estás insultando (al café)! No le des las gracias...)
- ¿Y para ti? 
- Yo tomaré un café con leche, gracias. 

Es curioso como su mente le hizo creer que todo sucede por alguna razón que nosotros mismos no podemos controlar. Y al final, cada día la importancia que le das a las cosas varía según el peso que ejerzan el resto de acontecimientos. Supongo que por eso no le dijo nada, quién sabe. 

Y podría contaros todos los paseos que dieron por esa ciudad cualquiera, que acabaron por cenar en uno de sus restaurantes favoritos, y que subieron a lo más alto para ver cómo las luces de la ciudad se fundían con el mar mientras la noche amanecía. 
¿Pero qué obtendría yo de eso? ¿Qué sacaría ella? Pues como se dijo aquella tarde:
"Café americano o la puta al río."
Así que tendréis que creer lo que queráis de esta historia: todo, nada, o sólo que aquel día tomó café... 

Y cómo no, tenía que ser así, pues toda buena historia -también- termina con un café... el que le deben a ella.

Una pequeña mentirosa
 

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