sábado, 26 de marzo de 2016

Toca-toca

Al menos tuvo la delicadeza de contarle lo que pasaba, lo que pensaba. Aunque bien pensado puede que no fuese de la forma más delicada.

Ella estaba cansada de pedir explicaciones, tampoco se sentía en el derecho de pedirlas. Estaba harta de preguntar, de hablar, de escuchar excusas que hasta un niño de parvulario podría elaborar con más gracia y coherencia. 

¿Puede que su reacción fuese exagerada? Sí, por supuesto. Pero hay que tener una cosa en cuenta: hay un momento, un sólo momento en el que ella, seriamente, exagera las reacciones... la falta de educación.

Se enfada con facilidad, aunque nunca ha sido rencorosa. Pero por mucho que pueda rebotarse, no va a negarle la palabra a nadie, no va a dejar que la persona que no quiere ver ni en pintura no pueda expresarse. Porque no, porque a ella no la han educado así.

Por eso sobreactúa, por eso dramatiza hasta el extremo cuando siente que es ella la que está al lado malo de esa educación inexistente, de esa falta de respeto. 

Y sólo hay una cosa, una sola cosa que puede soportar incluso menos que eso... el silencio. No el ajeno, como pudiese parecer, sino el propio.

El propio silencio de no poder decir todo esto a quien toca cuando toca lo que no toca.

Una pequeña mentirosa

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